lunes, 27 de septiembre de 2010

TEXTO PARA PRIMER GRADO. PLANTAS MEDICINALES.

Planta medicinal

Una planta medicinal es un recurso, cuya parte o extractos se emplean como drogas en el tratamiento de alguna afección. La parte de la planta empleada medicinalmente se conoce con el nombre de droga vegetal, y puede suministrarse bajo diferentes formas galénicas: cápsulas, comprimidos, crema, decocción, elixir, infusión, jarabe, pomada, tintura, ungüento, etc.
Hierbas medicinales en un mercado medieval, en Burgos.
El uso de remedios de origen vegetal se remonta a la época prehistórica, y es una de las formas más extendidas de medicina, presente en virtualmente todas las culturas conocidas; la industria farmacéutica actual se ha basado en los conocimientos tradicionales para la síntesis y elaboración de fármacos, y el proceso de verificación científica de estas tradiciones continúa hoy en día, descubriéndose constantemente nuevas aplicaciones. Muchos de los fármacos empleados hoy en día —como el opio, la quinina, la aspirina o la digital— replican sintéticamente o aíslan los principios activos de remedios vegetales tradicionales. Su origen persiste en las etimologías —como el ácido salicílico, así llamado por extraerse de la corteza del sauce (Salix spp.) o la digital, de la planta del mismo nombre.

Extracción y empleo
Sólo raramente la planta entera tiene valor medicinal; normalmente los compuestos útiles se concentran en alguna de sus partes: hojas, semillas, flores, cortezas y raíces se utilizan con relativa frecuencia.
Los modos de aplicación varían del mismo modo; una forma frecuente de empleo es la infusión, en que el principio activo se disuelve en agua mediante una cocción más o menos larga. La tisana resultante se bebe; plantas empleadas de este modo incluyen la tila (Tilia platyphyllos), cuyo principio activo es el eugenol, la pasionaria (Passiflora edulis), cuyos principios activos incluyen el harmol y el harmano, o el mismo café (Coffea arabica), cuya infusión contiene cafeína.
Otras plantas se preparan en tinturas, se comen, se inhala el humo de su combustión, o se aplican tópicamente[1] como emplastos[2] o cataplasmas.

sábado, 11 de septiembre de 2010

CUENTOS LATINOAMERICANOS PARA SEGUNDO GRADO

De cara al sol
José ARREOLA

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“El amor, madre, a la Patria
No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas,
Es el odio invencible a quien la oprime
Es el rencor eterno a quien la ataca.”

José Martí.

Cabalgarás a contra orden en primera línea. Te llamará el peligro, la osadía, los deseos, la luz eterna. Caerás del caballo, por un golpe extraño, desconocido hasta ahora. Quedarás boca arriba, de cara al sol. Te sentirás convertido en otros pero siendo siempre tú. Cuando repares en el sol, cuando sientas sus rayos en el rostro, intentarás regalarle una sonrisa. Sentirás un breve dolor, un agudo dolor, un sonoro dolor, penetrando como ráfaga en tu carne. Sabrás que eres tú ese mismo que asalta el cuartel Moncada; que eres tú ese que reprime el grito cuando le arrancan los ojos. Te verás viajando a otro país, en casas de seguridad, buscando armas, haciendo preparativos para la libertad. Sentirás el necesario temor cuando desembarcando en tu patria los reciban las balas del tirano deshaciendo casi por completo la expedición, será, apenas, tu sentido de la orientación el que te salve. El calor y la humead de la sierra no te dejarán en paz, las botas estarán pesadas, el fango te llegará hasta el pecho. La sed, la maldita sed, te secará la boca pero no te impedirá saborear la victoria con los tuyos cuando declares que se han ganado el derecho de empezar. Te llenarás de heroísmo los pulmones en Girón. Aunque la disnea te impida respirar y sientas esas contracciones en el torso, tus sueños te llevarán hasta Bolivia. Sentirás lo quemante de una bala en tu pierna, escupirás a un oficial que querrá humillarte, quedarás, después, inmóvil, como en un sueño, sin sentir pero sintiendo, con tu rostro angelical. Llorarás cuando la muerte te bese las barbas y el asma. Te ahogara el calor, ni siquiera las palmas frescas te aliviarán. Todo es un segundo, todo te parecerá una eternidad. Acostado, mirando el cielo, descubrirás verdades en él y en las hojas de los árboles. Escucharás, a la distancia, la entrada de los tanques en Moneda, los disparos, las injurias, el último mensaje de un buen hombre; te llenarán de escupitajos, serás muerto nuevamente en el estadio, junto a otros miles. El sudor recorrerá tu frente, querrás gritar y levantarte, andar en el caballo, cabalgar al infinito, ahogar las penas y la angustia, terminar con la tortura, querrás matar para poder vivir. Serás desaparecido, te buscarán las abuelas, las Madres de Plaza de Mayo, reirás de tan feliz cuando te encuentren. Llorarás inexorablemente. La vista se te irá nublando, poco a poco, sin oportunidad de nada más. Se extinguirá el aire por más que intentes aspirarlo. Todos los dolores de tu tierra se posarán en tu pecho, en tu pierna, en tus brazos, en tus ojos, en tu angustia, en tu ausencia. Sentirás como las fauces de la bestia en que viviste casi se tragan a ese pedazo del mundo, a esa isla hermosa. Sentirás que vuelves a nacer, a vivir, a pelear, a ganar, aunque ya casi no respires, aunque la vista se te nuble.
El calor, la sed, el cansancio, se extinguirán, no tendrás más dolor, ni nada. Tus músculos quedarán relajados debajo del uniforme guerrillero que con tanto ahínco y sacrificio te ganaste; quedarán la levita y las antiparras en tu mochila inseparable junto a tu confidente diario de campaña. La sangre brotará de ese orificio hecho por la bala, regará la tierra, le dará vida. Todo se oscurecerá. Caerá el fusil acompañándote, dormirá a tu costado izquierdo. Sabrás que el mundo se te acaba. Que la oscuridad te irá bebiendo. Que la tierra te reclama para ser semilla. Mirarás al infinito, en él observarás lo que soñaste, lo que peleaste. Verás a los tuyos rompiendo las cadenas. Escucharás a Venezuela gritando “yanquis de mierda”; a la indígena Bolivia levantarse, llenarse de júbilo y verdad; a Ecuador decidiendo su destino. Tus ojos mirarán a la América mestiza siendo ella, libre, independiente, soberana.
Nadie, José, nadie entenderá porque ahora que la bala te está matando, se te dibuja una sonrisa. Nadie, Martí, nadie, entenderá porque te vas alegre, pese a todo. Nadie, José, nadie, entenderá porque te vas sereno, hermoso. Nadie entenderá que mueres para empezar a vivir eternamente con los pobres de la tierra. Nadie entenderá que te vas contento porque desde Dos Ríos, a instantes de la muerte, tú José, tú Martí, sabías que seríamos para siempre libres. Por eso, tú, José Martí, exhalas, este 19 de mayo de 1895, el último y contento aliento, de cara al sol como soñaste















El día que María pensó
Jenny TORRES

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Como cayena en capullo se movía en el camino. Silvestre, salvaje, bella aún sin cuidado. Con alegrías dentadas, con la lengua esperanzada y dispuesta al sol. María, repitente hará ya dos veces, pareciera que nace cada día. Sin memoria lejana, sin precedentes. Como su novato cerebro utilizara ese subterfugio para olvidar el hambre.
Ese día, como todos, María despertó como picaflor y salió al encuentro de sus amigos. Como todos los días, como una mariposa entre aleteos desorganizados, dejando sus colores que salían de sus pies desarrapados y teñían el cascajo.
La casa estaba ausente, sin voces, sin risas. Sin el llanto de su minúscula sobrina. Sin la agudeza de la voz de Bolívar. Pero ella, a prisa, pensando que se le acabaría el mundo si no salía de inmediato, no lo advirtió. Se detuvo abruptamente al pie del camino. Silencio total. Realmente no. No era silencio. Era el terrible ruido de la brisa que sólo se escucha en ausencia de risa. Era posible incluso escuchar cómo se movían los insectos entre las ramas.
María giró sus ojos: de un lado, estaba el camino que la llevaba hacia fuera. Estaba a pocos kilómetros de la playa, con el ruido de los bares, el sabor a lo que huele el pescado gustosamente sazonado, el baile, el agua. Fascinación de los sentidos, olores, sabores. Del otro lado estaba el camino más adentro. La destartalada escuela que tantos jalones le había costado. Estaba la casa de Lea, que sólo le daba trabajos, mandados. Estaba la casa de Goyo, el ciego. Imagínate, más trabajo. Estaba el hondo pesar de cargar agua desde los profundos tambores de Caña Andrés.
María no sabía dónde habían ido todos. Miraba hacia un lado y giraba su cabeza con células llenas de ruido y luego miraba hacia el otro. Estuvo detenida en el mismo punto casi una eternidad. Entiendan que para María más de un minuto es una eternidad. Pensó rápidamente que la solución estaba en un lugar donde las limitaciones físicas obligan la estancia. Fue fácil y clara la decisión. Goyo tenía que estar ahí. El era la respuesta. Corrió. Voló, iba cantando, aún ignoraba su destino y era obvio que cantara. Bajó por la larga cuesta. Se detuvo frente a la escuela. Era lógico que estuviera vacía. Según los cálculos de María era sábado. El día más feliz del mundo, según su corta filosofía. Pero bueno. Se detuvo. Atravesó el espacio que debía ocupar la puerta. Miró a través de una ventana doblada. No estaba rota, sólo doblada. El salón se veía precioso a los ojos de María. Era obvio, lógico: ¡faltaba la profesora! Esa tirana, inhumana que sólo sabía decirle que era una tonta, que no se concentraba, que sus cuadernos estaban sucios, que no había hecho la tarea. Pero María tenía un cerebro inteligente, claro que sí. ¿Cómo, si no, entonces habría sobrevivido durante esos largos nueve años? Imagínese, pensaba María. Se levantaba un poco después de que salía el sol. Se lo anunciaban las paredes de zinc, tan buenas conductoras de calor para su pesar. Eso, si no llovía, porque entonces la despertaba el agua en el cuasi colchón. Al despertar, se bañaba y se lavaba los dientes con medio vaso de agua. Se vestía con el uniforme sucio del día de ayer y se sólo se iba. Si, se iba. No estaba peinada. María carecía de la paciencia para desenredar todo el embrollo exterior de su cabeza y su madre estaba ocupada, a sus cuarenta y tantos años, lactando a su recién nacida hermanita. Llegaba a la escuela pasadas las ocho. Comenzaba unas clases sin himno nacional y solamente estaba deseosa de la hora del desayuno escolar. Imagínese, pensaba María, que voy a entender de matemática. Estaba atenta solamente al manjar de una cajita de leche y una pieza de pan. Después de eso igual. Tenía que aprovechar el tiempo estando ahí, solo sentada, ejecutando la vagancia y divirtiéndose cuanto podía.
Lo que seguía después de la escuela ya lo puedes imaginar. La trillada situación de un almuerzo vacío, la hermanita vomitando las mascotas, la hora del baño sin agua, la cena sin gas ni carbón y todas esas minucias de la pobreza que de seguro usted ya conoce.
Y así la maestra tiene la osadía de llamarla tonta. Tonta ella que come y se baña y encima de eso lanza desprecios a los niños. Inteligente María, que espanta la miseria y el dolor con sus dientes al aire y olvidándolo todo.
A María se le humedeció un ojo. Era un poco más difícil sonreír cuando estaba sola. Salió de la escuela y siguió su camino hacia la casa de Goyo. Interrumpió su viaje varias veces, cuando un estímulo le incentivaba la memoria. Se estaba dando un fenómeno peligroso. Su cerebro estaba cambiando y eso no era bueno.
Siguió caminando y contrario a todos los días, ya no volaba como mariposa. Caminaba como si fuera persona y por primera vez sintió cansancio. Se sentó sobre una piedra. Sintió sed, pero el pozo estaba muy lejos y no pudo conseguir agua. De todos modos siguió. Por fin llegó a la casa de Goyo y le sorprendió lo que halló. La casa estaba vacía. Ni siquiera estaba el bastón. Se le humedeció el otro ojo. Ya era inevitable. Debía tomar la decisión. Estaba sola. Pensó que a todos les pasó lo mismo. Se levantaron, miraron hacia un lado. Sintieron los ruidos en su cabeza. Miraron hacia el otro lado. Sintieron los ruidos nueva vez. Sintieron el silencio de breves segundos y se fueron por un camino. Uno a uno. Cerebro por cerebro.
Para María era obvia la decisión que todos habían tomado. Era claro hacia donde los llamó el destino. El silencio de la comunidad frente al ruido de la playa. Todos se cansaron. Uno a uno. Cerebro por cerebro. El sonido del mar, el olor del pescado, la abundancia de ruido actuaron como flautista de Hamelín y como ratones hambrientos, se fueron tras el queso.
María pensó: Si se fueron todos, si ellos con su cerebro no novato abandonaron el espacio, ¿qué podía hacer ella? Ignoraba que ya podía pensar, Subió nueva vez la cuesta. Se sentó debajo de una gran sombra de un enorme árbol. No sabía qué hacer. Pensó que era bueno estar así. La comunidad sin escuela, sin reglas, era un ideal. Pero también pensó: tendré que trabajar para comer y sobre todo sola. Era tan grande el esfuerzo de su cerebro que María se durmió. Pero se durmió con la escena de la decisión en su cabeza: hacia dónde me iré. Se movían sus sueños entre el catecismo sabatino y los santos de Caña Andrés. Estrenando confusiones en la cortedad de su cerebro. Nada firme la ataba. Nada firme la llamaba.
De nuevo pasó una eternidad. Recordemos que para María más de un minuto era una eternidad.
La despertó un gran ruido. Voces, risas, canto a San Antonio. María había olvidado, por ese juego de su cerebro, que estaba castigada. Se había celebrado una gran fiesta ese día y todos habían ido menos ella. La profesora había llamado a su madre con una pila de quejas y ella decidió que para que María aprendiera, se iba a quedar en la casa mientras toda la comunidad participaba del regocijo.
Al regresar todos veían a María como si fuera igual. Sus amigos la llamaban: “María, María, ven a a jugar”; su madre la llamaba: “María, María, ven a ver lo que trajimos”; la profesora la llamaba:”María, María, dejaste los cuadernos en la escuela”. Y ella, contrario a todos los días, escuchaba. María era distinta pero nadie lo notó. Esa eternidad que estuvo sola la hizo perder su novato cerebro. Ya no supo más volar como mariposa. Ya nunca más despertaría como pica flor. María simplemente se convenció de que vivía en la miseria.
Al amanecer del domingo, ya no sola, ya sin ausencia, ya con ruido, aprovechó que los demás dormían y salió al pié del camino. Miró hacia un lado por una eternidad, miró hacia el otro por otra eternidad. Pero esta vez sabiéndose miserable. Y fue obvio lo que el olor y el sabor hicieron sobre su destino.

Jenny Torres
San Cristóbal, República Dominicana.












Del otro lado
Marianela VALVERDE

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“Tomó sus cosas y miró el reloj, se dirigió al lugar donde se sentía seguro, probablemente porque siempre había estado ahí para él: su cuarto.
Se despidió de sus paredes que tantos recuerdos habían guardado: sus sueños, sus ideas, sus sentimientos y ahora sus nostalgias, éstas estaban plasmadas con grafitis multicolores, con figuras y formas que solo él podía ver, que solo él podía leer, que solo él podría comprender.
También se despidió de las ventanas, que por las soleadas tardes tapizaban su solitario rostro con las más variadas armonías y que por las mañanas le anunciaban la hora de levantarse; de su cama y de su almohada, amigas íntimas, quienes conocían sus secretos y fantasías de amores encontrados y olvidados en la memoria.
Y antes de marcharse, le dirigió una oración al crucifijo, luego lo besó, recordó que él era quien lo había acompañado toda su vida y que la soledad era necesaria algunas veces (no siempre) para encontrarse con su propio corazón, lo volvió a mirar y entonces lo tomó y lo echó en su bolsa.
Salió, cerro la puerta y tiró el fósforo. No miró hacia atrás, siguió caminando mientras sentía arder su espalda… brotaron algunas lágrimas que fueron arrancadas por el viento que soplaba como todos los diciembres.
La plateada luna iba alumbrando las callejuelas llenas de sombras que cobraban vida y hacían revivir las aventuras de recuerdos infantiles y de las juventudes mutiladas…De un momento a otro se detuvo, su mirada se había nublado y de nuevo una estampida de viento volvió a secar el rostro apesadumbrado de tristeza por su partida necesaria… necesaria para trabajar, necesaria para vivir, necesaria para ser feliz, necesaria para transformarse, necesaria para experimentar la libertad, necesaria para vivir en paz, necesaria para encontrar compañía, necesaria para el pan y el techo digno…
Al final de la calle se encontró con quien le ayudaría a transformar su vida del otro lado. Como pudo se subió al camión y se encontró con otros ojos iguales a los suyos, con otros rostros iguales al suyo: forzados, afligidos y asustados por dejar aquel lugar que tanto querían, que tanto esperaban que cambiara para no marcharse.
Era demasiado tarde ¡eso lo habían esperado desde hace mucho!
Entre más se alejaba, más se aferraba el corazón a su tierra, quiso por un momento arrojarse al suelo pero miró hacia la colina y vio como su choza se desvanecía lentamente por el fuego, así también su esperanza…
Mientras del otro lado las noticias anunciaban: “los jefes de estado se reunirán para plantear medidas ante el tema migratorio”…. “han construido un muro en la frontera…”, “la nueva ley migratoria vigente traerá…”, “la mayoría de inmigrantes se desplazan por…hay que tomar medidas fuertes ante el tema migratorio…”
Él solamente pensaba al escuchar los voceros… “¿qué saben ellos?... esos los del otro lado.”

Marianela Valverde
Costa Rica


















Con la ayuda de Dios
Gabriel JULIÁ PI

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Como cada día, antes de que el sol saliera a calentar la tierra, Doña Rosa, una mujer indígena miskita de 56 años, agarró su machete, y cruzó su comunidad a oscuras, guiándose por la tenue luz de la luna y los arboles frutales que desde pequeña había trepado y que conocía tan bien. A su paso la saludaban los gallos con su cantar madrugador y las luciérnagas. Se dirigía al Rio, aquel que años atrás fue el escenario de una guerra cruel y fratricida. Al llegar a la orilla lodosa, preparó su viejo cayuco para cruzar al otro lado. Por un momento con el canalete en la mano, recordó cuando el rio era de aguas transparentes hasta que de repente un día se tinto de rojo. Su madre contaba que era por la sangre derramada en la guerra, la de los noventa, la de los Pobres al Poder, otros decían que era por el despale atroz e indiscriminado y el expolio de la madera preciosa que afectaba los bosques de Rio arriba.
Cuando llegó al otro lado del Rio, ya habían llegado otros tantos cayucos. Los reconoció todos, algunos tenían pintura pero ninguno motor, eran de personas de su misma comunidad que se adentraron monte adentro para preparar las tierras y sembrar el frijol.
Doña Rosa, empuño el machete y dijo en voz alta: “Este año, sembraré un quintal de frijol, y con la ganancia que le saque, comprare una ropita para mis nietos y repararé mi tejado de zinc oxidado”.
Una paloma que reposaba en las hojas de un banano, escucho a Doña Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor, Señor, una mujer vino y dijo que iba a sembrar en su terreno”, “-¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto el amo y Señor de las tierras a la paloma. -“No, no dijo nada de Usted”, –“Entonces no te preocupes…”
Al rato unos hombres blancos, los colonos, armados y con aire amenazante, expulsaron a Doña Rosa, de las tierras de siembra que hay al otro lado del Rio, las mismas tierras que habían sembrado sus ancestros de generación en generación, las que sirvieron para cosechar el café, con el que prepararon e invitaron a una taza, al mismísimo y hambriento marino español llamado Cristóbal Colón que apareció hace años en la desembocadura de ese Rio, y que el mismo llamó Cabo Gracias a Dios.
Doña Rosa regreso asustada a la comunidad, y encontró a todos discutiendo y hablando de los mismos colonos blancos. A unos les habían pedido que entregaran un quintal de frijol por cada tres quintales de cosecha, a otros sencillamente los expulsaron de sus tierras de siembra, otros no habían entendido nada por no hablar español, unos querían guerra, otros paz. Después de horas de debate, el consejo de ancianos de la comunidad escuchó, reflexionó y anunció la decisión de la comunidad. Negociarían con los colonos.
Doña Rosa fue a la casa, calentó un gallo pinto, y lo sirvió a sus siete nietos con un poco de yuca. En la noche antes de acostarse, dijo en voz alta: Mañana cruzaré el Rio y sembraré un quintal de frijol, y con la ganancia que le saque, comprare una ropita para mis nietos y repararé mi tejado de zinc oxidado”.
La misma paloma escucho a Doña Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor, Señor, una mujer vino y dijo que iba a sembrar en su terreno”, -“¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto el amo y Señor de las tierras a la paloma. “-No, no dijo nada de Usted” “-Entonces no te preocupes…”
Doña Rosa, no durmió nada esa noche, por el llanto del más pequeño de sus nietos que vomitaba y tenía gran calentura, parecía que le estaba saliendo una infección en la piel. Tal vez sarampión, varicela, o alguna otra cosa, pero no había medico a quien consultar en toda la comunidad. Por la mañana busco como ir a la pequeña ciudad llamada Waspam pero no encontró como desplazarse pues el bus solo pasaba cada dos días por la comunidad. Intento llamar a su hija desde el teléfono celular del pastor. Su hija mayor estaba en la capital, Managua, trabajando en la Zona Franca, y tal vez le podía mandar algún dinero con el que pagar el transporte y medicinas, pero Doña Rosa no sabía que en la Zona Franca los trabajadores no pueden recibir llamadas, tampoco hablar.
Por la tarde halló una camioneta que se dirigía a la ciudad, tardaron 4 horas en llegar pues los caminos estaban muy malos por las lluvias pasadas. Viajaron en la bandeja trasera de la camioneta, la tina, y Doña Rosa se sintió mareada y adolorida por los vaivenes y golpes del vehículo pero respondía con una sonrisa a las miradas de las otras mujeres que también viajaban con ella, una de ellas con las contracciones pre parto y que ahora se mojaba por la lluvia intensa que de repente caía.
En el Hospital, le costó trabajo que atendieran a su nieto, pues Doña Rosa no tenía cédula de identidad, y apenas hablaba español. No pudo comprar las medicinas y cremas que le recetaron, pero otro paciente con una enfermedad parecida le prestó sus medicinas.
Una vez en el Hospital y su nieto ya en cama, se alistó un rincón donde dormir en el frio y sucio piso de la habitación y dijo: Mañana cuando regresemos a casa, cruzaré el Rio y sembraré un quintal de frijol, y con la ganancia que le saque, comprare una ropita para mis nietos y repararé el tejado de zinc oxidado”.
La paloma que estaba en la ventana resguardándose de la lluvia intensa, escucho a Doña Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor, Señor, escuche a una mujer decir que iba a sembrar en su terreno”, -“¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto el amo y Señor de las tierras a la paloma. “-No, no dijo nada de Usted” “-Entonces no te preocupes…”
Por la mañana, una vez diagnosticada la varicela, Doña Rosa buscó como regresar a la comunidad, pero descubrió que no había gasolina en todo Waspam, porque la carretera al sur que une con Managua llevaba varios días cortada por los trabajadores del mar, los Buzos miskitos que protestaban por los mas de 10.000 afectados por el síndrome de la descompresión, por los desaparecidos, los ahogados y por las condiciones infrahumanas y de neo esclavitud con que los tiene trabajando los empresarios de la región, con el visto bueno del gobierno nacional y extranjeros.
Doña Rosa se encontró a una amiga por el viejo mercado municipal. Se alegraron mucho y ella le contó que había venido a la pequeña ciudad a matricular a su hijo en la Universidad y estaba esperando vender un saco de naranjas que traía de la comunidad para pagarse el boleto de regreso. Decidieron bajar al embarcadero del rio para esperar algún cayuco que viajara rio abajo, mientras se contaban las anécdotas del viaje se terminaron las naranjas que les parecieron muy dulces.
Doña Rosa llegó a la comunidad cuando el sol se estaba retirando, en el preciso momento en que los zancudos se despiertan llorando, Doña Rosa dijo: “Mañana si Dios quiere, cruzaré el Rio y sembraré un quintal de frijol, y con la ayuda de Dios, de la ganancia que le saque, comprare una ropita para mis nietos y repararé el tejado de zinc oxidado”.
La paloma que casi dormía en la rama de un mango, escucho a Doña Rosa y fue a contárselo al Dueño del terreno: -“Señor, Señor, escuche a una mujer decir que iba a sembrar en su terreno”, -“¿Y dijo mi nombre?” Le pregunto el Amo y Señor de las tierras a la paloma. -“Sí Señor, dos veces dijo, con la ayuda de Dios lo haré“. –“…Entonces,- dijo el Dueño y Dios de este mundo- ve con la mujer, y no la abandones, dale fuerzas cada día para levantarse sembrar, y remar, dale Sabiduría para soportar las amenazas de sus enemigos y los que le quieren mal, enséñale a resignarse a soportar el dolor y sufrimiento de este mundo y dale la esperanza y la fe de que pronto heredará las tierras que tanto quiere sembrar, y las cosechas serán abundantes y enjugaré toda lágrima de los ojos. No habrá más muerte, ni llanto ni dolor, yo estaré con ella para siempre. Yo seré su Dios y ella mi hija, porque yo hago nuevas todas las cosas”.

Gabriel Juliá Pi
Puerto Cabezas, Nicaragua